Queridos lectores, os dejo esta entrada de Ana Luisa Pombo del programa "los decanos" de la cadena cope.
Afortunadamente, las enfermedades del hígado ya no son lo que eran gracias al trabajo de los especialistas e investigadores. Incluso la temida hepatitis que aparece por primera vez en la momia de un niño coreano de hace 500 años y que diezmó el ejército alemán ya que solo en el frente ruso hubo más de un millón de afectados de los que solo se morían 2 de cada 100, pero que los mantenía tanto tiempo recuperándose que el ejército quedó hecho unos zorros, ahora es casi una nimiedad que los profesionales tratan sin grandes problemas. Otras enfermedades como la cirrosis, los abscesos hepáticos, que según Hipócrates había que abrirlos cauterizando con un hierro al rojo o la ictericia, por ejemplo, se conocen desde la antigüedad y los egipcios tenían incluso los médicos especialistas en enfermedades invisibles entre las que estaban las hepáticas y que según el papiro de Ebers, se diagnosticaban y trataban de forma curiosa.
Dice el papiro que “cuando un hombre tiene obstrucción del estómago y el vientre caliente, dirás que padece afección del hígado. Entonces mandarás un remedio secreto hecho con la planta paserit y nuez de dátil aplastadas y mezcladas con agua. El hombre deberá beber esa mezcla 4 mañanas seguidas hasta que se le vacíe el vientre. Si después el vientre está ya frío en su totalidad dirás que el hígado se ha abierto y ha admitido el remedio”. Según cuentan los expertos, los antiguos, por su manera de comer y beber, debieron sufrir casi todas las enfermedades del hígado y no es de extrañar, porque por ejemplo los egipcios llegaron a beber hasta 5 litros de cerveza al día, y los antiguos romanos se pimplaban hasta 5 de vino. Menos mal que les afectaba menos que ahora porque contenían alcohol por fermentación y no por destilación. Eso sí, las borracheras eran antológicas hasta el punto de que la primera corona vegetal que hicieron los romanos estaba hecha con mirto, salvia y pino y no para laurear a alguien sino para combatir la resaca y Calígula se cogía tales cogorzas que, en plena merluza, se llegó a proclamar emperador hasta 7 veces seguidas. Eso sí, las disculpas para empinar el codo sin que remuerda la conciencia son múltiples incluyendo las virtudes terapéuticas. Hipócrates recomendaba vino contra la congoja y los horrores. Los gladiadores lo consumían a lo bestia como euforizante; Platón le llamó “leche de los viejos” porque se utilizaba para estabilizar a los mayores que sufrían mareos. Luis XIV ahogaba su cirrosis en Burdeos; hasta 1940 el vino se utilizaba como emplasto y remedio para las enfermedades de la piel; hasta no hace mucho en las zonas rurales las mujeres le daban a los bebés pan untado en vino para que les afectase menos el destete y en los Ancares los enfermos de pulmonía se curaban a golpe de vino hervido con grasa de cerdo, romero, hierba luisa y laurel. Vaya que hay disculpas de todos los colores, aunque lo mejor para la salud en general y el hígado en particular, es tomárselo con moderación porque como dice un anónimo del siglo XVII, el primer vaso pertenece a la sed, el segundo a la alegría, el tercero al deleite y el cuarto lleva a la locura.
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